22 noviembre 2007

Aeván

Aeván despertó de repente, abrió los ojos y se vio en un lugar que no conocía. Aeván no conseguía recordar cuándo y cómo había llegado hasta allí. Antes de despertarse, nada. No era capaz de valorar su edad, no podía saber si tenía 15 años, 60 o 500, no tenía un punto de referencia desde el que empezar a contar.

Aeván miró a su alrededor y, sin embargo, lo reconoció todo, sabía qué era un árbol, qué un pájaro…Aeván sabía distinguir cualquier cosa, parecía saberlo todo sobre ese mundo que le rodeaba. Sabía que del alcornoque se podía hacer corcho, que chocando entre sí dos piedras concretas podía hacer fuego. Todo le era familiar, sin embargo no podía ubicarse.

Empezó a andar, decidió explorar el mundo que le rodeaba. Pronto descubrió que no estaba adaptado al entorno, los pies le dolían pues se clavaba cualquier mínima irregularidad en el terreno, el viento le hacía sentir frío y estar incómodo consigo mismo y cojeaba pues tenía una pierna más larga que otra. Al cabo de un tiempo que no supo medir le entró hambre, sabía qué podía y qué no podía comer así que recolectó los frutos que encontró comestibles y desechó los que podían causarle algún mal. Esto también resultó ser una tarea molesta y difícil pues sus brazos eran demasiado cortos y sus dedos no eran demasiado manejables, necesitaba mucha energía para conseguir arrancar el fruto más pequeño.

Aeván, cuando ya la respiración se le hizo tan pesada que no pudo seguir andando, decidió sentarse a descansar. Debajo de un árbol pudo resguardarse de un Sol que al despertar le había parecido insuficiente y que ahora le asfixiaba. Pronto cayó dormido. Y ya no despertó.

Tuvo un último sueño. Una fuerte voz en su cerebro le hacía despertar y le llamaba, cuando se levantaba de los pies del árbol sobre el que se había echado éste abría una enorme boca para hablar. Pero sólo le decía:

-Lo siento Aeván. He vuelto a fallar, no serás el definitivo.

Fue entonces cuando Dios acabó con la corta vida de Aeván, su enésimo proyecto, para proseguir en busca del ser definitivo, aquél que poblaría y reinaría el Mundo que acababa de crear.